Misterio en un sótano de Toulouse
por Valeria Lailson
jueves 17 de junio 2021
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El ático de mi casa está lleno de polvo. Mis amigas las arañas crean un misterio asonante que, junto con los muebles viejos, convierten mi casa en un laberinto repleto de preguntas sin respuesta.
Cuando era más pequeña, en mi casa hubo una fuga de agua. Fue así como en este arquetípico lugar descubrimos una puerta. Buscamos en nuestro cofre repleto de llaves, pero al no encontrar nada que la abriera, finalmente tuvieron que tirarla.
Todos los habitantes de la casa nos obsesionamos por varias semanas con el contenido. Yo fui la última exploradora. La única que permaneció, hasta meses después, recorriendo los sentidos de este cuarto, conociendo cada rincón. Aunque claro, aún no lo he logrado; paso demasiado tiempo con mis amigas las arañas.
Después que una araña me mordiera, mi papá me prohibió la entrada y la exploración de la gran casa heredada de mis abuelos. Ésta ha pertenecido a la familia por varias generaciones. Estoy segura que la habitan fantasmas. Las arañas me han susurrado algunos de sus secretos ocultos.
Al hacer de mi escondite un lugar prohibido, mis visitas ocurrieron más a menudo y únicamente a la luz de la luna. Pensaba siempre en mis amigas las arañas; de noche es cuando uno más siente el frío de la soledad. Mi padre, Labarbe, asediaba su reino. Era como si la picadura en mi mano hubiese creado un conflicto político entre él y las arañas.
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He decidido tomar el bando de la que ahora es mi ciudad; las telarañas revelan más de mi pasado que mi pertenencia genética. La lucha consistía en no permitir la limpieza del sótano sin mi consentimiento y el de sus habitantes y sus habitantes (esto para evitar el desplazo de mis amigas).
La mayoría de las noches las pasaba ahí encerrada, les dejaba comida, y en algunos casos, yo misma cazaba las moscas que comían. Una noche, Labarbe me escuchó cruzando los corredores de la casa. Al día siguiente, ordenó la limpieza del sótano, lo que conllevaba la expulsión rotunda de mi nueva familia.
Después de varias súplicas, logré que me dejara a mí hacerlo, así que comencé quitando los muebles que no contenían a mis adorables amigas. En alguna de mis visitas descubrí a varias de ellas detrás de dos marcos muy viejos. Intenté moverlas de ahí y, con cuidado, desplazarlas a un lugar recóndito en donde Labarbe no pudiera descubrirlas, logrando así que mis noches de misterio y exploración no acabaran pronto. Pero era imposible, logré mover solo uno de los muebles, el otro siendo imprescindible para la existencia de una telaraña magnífica. En ella, estoy segura, existían pasajes bíblicos, existía el lenguaje de las estrellas, existía la historia de una guerra ganada.
Todos los días quitaba un mueble distinto, mientras todas las noches intentaba descubrir y traducir los misterios de esa telaraña. Primero intente leerla a través de las arañas, después a través del hilo, sus ángulos, su forma: era fascinante. Al no comprenderla, pensé “¿Por qué las arañas han dedicado su esfuerzo narrativo en esta esquina?, ¿qué tienen de especial la pared y el marco, en comparación con el arte áureo de la telaraña?”
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Fue así como empecé a descubrir el mayor misterio que guardaba mi familia. Primero decidí recorrer el marco con la mirada. Era muy grande, más de un metro de largo y aproximadamente dos metros de ancho.
Era negro, estaba carcomido, lleno de polvo, con la telaraña colgando del lado trasero. Estaba cubierto de moho y olía a humedad. Enfrente tenía una pintura casi invisible. La poca luz que el pequeño y viejo foco del sótano daba a la pintura solo mostraba una mancha negra. Fue después de muchas noches que, observándolo, descubrí un rostro.
El descubrimiento del rostro supuso para mí un nuevo misterio, un nuevo laberinto con solo una cara, mucho negro y manchas de colores opacos. Este me miraba fríamente a los ojos: tenía una cara grande, redonda, estética. La miré por noches enteras; cuando ella me veía a los ojos me descubría a mí misma.
Este dato se lo comenté a Labarbe, pero él no se interesó mucho sobre los ojos que atormentaban mis noches; habló de la fuga de agua que causaba el moho en el sótano, y que debería hablar a un profesional porque estar cerca de éste podría suponer una infección al aspirar su esencia. Ignoré su comentario, intoxicada por la presencia del cuadro.
Noches más tarde, decidí que era tiempo de indagar más en las figuras negras y abstractas. Después de sostener una lámpara por más de dos horas, descubrí dos rostros más. Me di cuenta de que los ojos penetrantes le pertenecían a una mujer; las otras caras representaron un nuevo misterio. Mis amigas las arañas estaban orgullosas de mi gran trabajo: descifré que uno de los rostros era de una sirvienta que miraba hacia la mujer de los ojos penetrantes.
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Era fea y vieja.
El último rostro pertenecía a un hombre. Tenía una barba larga, su expresión era de ira, mostraba los dientes y tenía el ceño arrugado: parecía un monstruo. Éste miraba a la mujer de ojos penetrantes con furia, daba miedo, extrañamente, las arañas no caminaban por su rostro.
Esto fue lo único que logré ver. Noche con noche intentaba nuevas cosas, incluso una vez rasqué un poco de suciedad, no funcionó del todo, pero eso sí, descubrí algo nuevo. El cuadro tenía relieve, en algunos lugares más que en otros; esta se volvió mi nueva obsesión, todas las noches veía la pintura con mis manos. Memorice cada pliegue, cada textura, era diferente al misterio de la telaraña: éste lo podía sentir a carne viva sin dañarlo.
Además de esto, decidí adentrarme un poco más en su historia. Cada noche le hacía diferentes preguntas a Labarbe sobre su procedencia. Él afirmaba no saber nada, solo que era una herencia y que mis abuelos eran coleccionistas de arte y su favorito era el renacentista. Me planteó también un nuevo misterio: hay una leyenda familiar que cuenta que mis tátara tátara abuelos se dedicaban al comercio ilegal y robo de obras maestras. Me afirmó que su abuelo le había contado de un saqueo que realizaron en Amberes a una galería importante, pero que es solo una leyenda y que no tenía que preocuparme por eso.
Día con día lograba sacar un poco más de información: me habló de la historia que le relatan al mundo; aunque él afirma que es la verdadera, yo sé que es falsa. Falsa para mantener el estatus de una familia coleccionista de arte. Pero las arañas no mienten, me contaron que fue robada, que fue escondida, que nadie la tenía que descubrir.
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Lo que yo pienso es que, en realidad, mi sangre recae en los misterios, como la habitación, como el cuadro. El pariente que lo robó debió haber tenido los ojos de la mujer del cuadro, unos dispuestos a todo, valientes, comprometidos con su gente. Comprometidos con su arte y sus telarañas.
No me gusta la versión “verídica”, esa no tiene relación alguna con lo que soy, con lo que es la pintura, y con lo que es la carga simbólica que la casa y el cuarto representan. Las arañas lo saben, la madera se comunica con ellas, vibran juntas y ellas vibran conmigo.
La última noche que la telaraña relató la historia en conjunto con la pared carcomida por el tiempo y el piso, mojado, manchado y lleno de basura en conjunto con bichos muertos, fue el fin de la historia de mis ancestros, de la historia de la casa, de la historia del cuadro. Finalmente olvidé a mis amigas las arañas por concentrarme en una pintura, esa última noche hice un nuevo descubrimiento que no me dijo dormir y que causó que me levantara tarde.
Cuando bajé a desayunar me encontré con un señor que, junto a mi padre, limpiaba en mi sala el cuadro. Lo reconocí al instante. El cuadro no me importaba: las arañas sí. Ellas fueron removidas, igual que mis desvelos y que los ojos penetrantes que me susurraban leyendas todas las noches.
Cinco años después de esta traición, Labarbe se hizo millonario. Al parecer la pintura era de un tal Caravaggio. No saben cómo es que llegó al sótano, pero estoy segura que mataron toda prueba al cometer un genocidio arácnido que eliminó la historia del saqueo que corre en mi ADN.
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La última vez que vi el cuadro fue en una exhibición. Lo habían limpiado; las figuras amorfas tomaron la historia religiosa de Judith y Holofernes. El último descubrimiento que hice, antes que se llevaran el cuadro, se reveló con más claridad ante mis ojos. Labarbe y Holofernes tenían la misma cara monstruosa que en el pasado intentó y en el futuro logró conquistar y expulsar a mis amigas las arañas.
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Nota:
Este texto está basado en una noticia sobre el descubrimiento en 2014 de una pintura perdida de Caravaggio. No hay información sobre la familia que la encontró. La historia de las arañas y del rapto de la pintura es ficción.
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Bibliografía:
Dixon, Emily. “Pintura Perdida De Caravaggio Que Fue Encontrada En Un Ático Podría Recaudar 171 Millones De Dólares En Una Subasta.” CNN, Cable News Network, 28 Feb. 2019,cnnespanol.cnn.com/2019/02/28/pintura-de-perdidade-caravaggio-encontrada-en-un-atico-podria-recaudar-171- millones-de-dolares-en-una-subasta/.
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