top of page
  • Black Facebook Icon
  • Black Twitter Icon
  • Black Instagram Icon

Migajas

por Rafael E. Gutiérrez Quezada

martes, 9 de febrero de 2021

Mi hambre siempre ha sido un poco úrsida. Es gorda y tiene el pelaje castaño, bastante esponjoso. Siempre que la veo me siento intimidada porque me triplica la estatura y la masa corporal. Además, aparece con frecuencia en las calles desiertas, donde le resulta sencillo perseguirme. Cuando la veo acercarse, trato de ignorarla y comportarme naturalmente, como si nada ocurriera. Con permiso, le digo, pero la gigante no detiene su asedio. Me persigue por vecindarios enteros y me obliga a correr saltando rocas, jardines, toda clase de socavones. Sólo hasta que estoy a las puertas de la casa, desaparece. Es un animal silvestre y no le gustan los interiores. O al menos eso creía hasta hoy.

 

Esta noche desperté sobresaltada. Mis huesos se han sacudido, me ha recorrido un escalofrío eléctrico. Tengo poco músculo y por eso duermo con muchas cobijas. No es el frío lo que me inquieta. Conozco bien las alarmas de la supervivencia. Soy propensa a padecer espasmos mioclónicos, esas caídas vertiginosas que creemos experimentar cuando intentamos conciliar el sueño. Pero aquella era una alerta de otro tipo. La caída procedía desde adentro, desde el fondo del estómago.

 

Al incorporarme la he descubierto en la oscuridad. No he necesitado encender la luz. Ahí está, con su pesado terciopelo, junto a la puerta. Buenas noches, le digo. No hay respuesta. La visitante no se inmuta. Es nuestro problema de base: no hablamos el mismo idioma.

​

Ella no puede decirme lo que quiere de mí, ni yo puedo pedirle amablemente que se vaya. ¿Le apetece una taza de café?, pregunto. Con todo y su silencio, me dirijo a la cocina y pongo a trabajar la cafetera. El olor amargo me despereza por completo. Cuando le ofrezco la taza, para sorpresa mía, estira su peluda garra para aceptarla. Se me ocurre entonces que, si tiene esas habilidades motrices, tal vez sea capaz de expresarse de manera escrita.

​

​

unnamed-1.jpg

El inconsciente en el sueño, 2020 de Pilar Bedoya Gómez

​

​

Le alcanzo un cuaderno y un lápiz. Ella deja la taza sobre la encimera y comienza a escribir con lentitud:

​

Del sueño vengo.

Como viento nocturno

vuelo hacia el alba.

 

No hay viento. No hay sueño. Tan sólo una visceral ausencia del alba. Pero me siento aliviada de poder establecer este diálogo incipiente. Y esa tranquilidad me brinda la confianza para formular preguntas. ¿Cuál es tu nombre? Ella no contesta. Su animalidad se enfatiza con el silencio. Para nosotros, que olvidamos con frecuencia el reino biológico al que pertenecemos, callar es motivo de sospecha o es tomado como agresión. Otros seres, en cambio, conocen la importancia de no hablar cuando no se tiene nada qué decir. La palabra oral es la marca de nuestra arrogancia.

 

Sin embargo, no me queda más que insistir con las preguntas. ¿Qué es lo que quieres de mí? Ella escribe:

​

Tristes migajas.

Su presencia recuerda

hambres antiguas.

​

Tras garabatear esto, se levanta. Camina hasta la puerta de la calle y la abre. Se encoje un poco para atravesar el marco, mira a ambos extremos del exterior. Me está esperando afuera y quiere que la siga.

 

La noche es fría, pero mi piel se va templando a medida que nos acercamos a nuestro destino. Ella se detiene frente a un edificio de material medio, fachada blanca y puerta de madera. Debajo, un letrero rústico indica que se trata de una panadería. Adentro las paredes son rojas y el suelo, blanco y negro, simula un tablero de ajedrez. Es de madrugada y, sin embargo, las estanterías y las charolas están repletas de pan. Hay tanta variedad de pan que yo nunca hubiera imaginado posible. Las conchas parecen férreos caparazones de tortuga. Las hojaldras y los cuernitos, bañados en chocolate, se apilan en el mostrador y recuerdan a las pilas de hojarasca del otoño. En una canasta hay piezas con formas de manzana y un letrero que explica su relleno de crema pastelera y trozos de fruta.

 

Ella permanece de pie en el umbral. Su garra se estira para llamar mi atención hacia una esquina mal iluminada, donde hay un carrito arrumbado. Las piezas de pan que contiene son muy distintas a las otras: redondas, oscuras como el color del chocolate que las recubre. Una crema dulce dibuja un rostro henchido, dos ojos disparejos sin expresión, una sonrisa glaseada, sin movimiento. Pienso, vagamente, que se parecen a mi hambre, pero es un pensamiento que no alcanzo a concretar.

​

​

unnamed.jpg

Susurro, 2020 de Pilar Bedoya Gómez

​

​

Ahora comprendo lo que quiere de mí. Me lo dice el mismo impulso de supervivencia que me ha levantado de la cama en la oscuridad, el mismo vértigo, la misma caída a un vacío sin fondo. Tomo un pan de la charola y, de una mordida, lo devoro. Sucede lo que ya esperaba: mi acompañante, esta criatura obtusa y parduzca, se duplica. Ahora hay dos, idénticas en forma y expresión. Cojo otro pan y me lo llevó a la boca. La ósmosis sucede nuevamente. A cada trozo que engullo, con cada pieza que desaparece de la charola, la panadería se llena de grandes criaturas pardas que permanecen quietas en su sitio, aguardando a que yo termine.

 

Todos los panes desaparecen en la oscuridad de mi boca. «Eso es todo», pienso, «ahora tendrán que irse». Sin embargo, es una ingenuidad de mi parte. Todo lo que irrumpe en la realidad con una mordida deja su marca indeleble en los dientes. Ya no pudo correr, porque unas gruesas manos me sujetan las cuatro extremidades. No puedo gritar, porque algo peludo y pesado me cubre la boca. Las luces se apagan de a poco y también el tenue destello lunar de la ventana. Puedo sentir cómo las criaturas me hincan los colmillos y me arrancan trozos de carne. El último pensamiento que tengo antes de desmayarme tiene que ver con las migajas que dejará el banquete de mis huesos.

 

¿Qué puedo decir? Mi hambre siempre ha sido un poco úrsida. Me devora con la contundencia de una osa. Dicen los doctores que me estoy aproximando al punto sin retorno. Hasta entonces, seguiré atendiendo estas visitas nocturnas.

​

​

bottom of page