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Somos maniáticos de las certezas o al menos yo lo soy. En la Cineteca Nacional tengo mi baño favorito. Cuando veo el punto verde en la puerta –señal de que está desocupado– me siento en sintonía con el mundo. Lo mismo en el café en el que escribo: ahí está, esperando mi llegada, esa mesa junto a la ventana. El sol, todas las tardes, cae sobre la mesa del comedor y resalta su tono café. ¡Ay!, con estas certezas ya creo conocer el mundo, tanto, que en ocasiones se me da por querer predecir lo que ha de ocurrir. Lo siento sobre la palma de mi mano … Pero por la noche se desborda. Y es que, al bañarme, nunca encuentro el justo caliente que me gusta. Muevo las llaves, sin escatimar ningún milímetro, y el justo -ése que me gustaría- no está. Entonces sólo me queda conformarme con lo que hay. 

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Ayer, mi casera me explicó el funcionamiento de la regadera eléctrica del cuarto del fondo. Me dijo que, en ella, el agua me saldrá más caliente. Por varios minutos estuvimos moviendo las llaves hasta que algo parecido a mi justo caliente apareció. Luego me comentó de los diferentes calentadores que la casa tiene: eléctrico, solar, de gas… ¡Vaya!, y yo creyendo ser la única con el problema del justo caliente (digo parecido porque ya no sé si de tanto buscarlo mi justo caliente es un arquetipo del posible). Al parecer, la situación de la ducha es un problema serio y más cuando se es un maniático de las certezas. Bañarse es una batalla contra la incertidumbre. Recordamos que el mundo no está en nuestra palma y en cambio, lo vemos desbordarse por las rendijas de nuestros dedos. 

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Pero ¡si no he de tener la ducha! Agradezco las concesiones del universo por permitirme encontrar, la mayoría de las veces, mi baño favorito de la Cineteca Nacional y el lugar que me gusta en el café: libres. Además de que todos los días atardece y el sol se impregna sobre la mesa del comedor. ¡Ay!, si no fuera así y siempre ocurriera como con mi justo caliente, ¿qué sería de mí? La locura es la mejor respuesta. 

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