La casa como conservación del ser en pandemia
por Arianna Santos Manning
martes, 22 de junio de 2021
A partir del 13 de marzo del 2020, la casa se convirtió en una necesidad para la conservación de cada individuo. Este asunto se debe a un bicho llamado COVID-19 que exigió una distancia inamovible entre personas para evitar un contagio masivo y veloz. Además de ser una buena jugarreta, pues los contagios solamente han crecido desde aquel entonces, ha permitido que el sujeto regrese y recupere su persona en niveles atípicos.
La casa suele encerrar los momentos más íntimos y vitales del sujeto y, por ello, se convierte en el espacio que lo conserva per sé. En cierto modo, el espacio doméstico es el lugar al cual volvemos para saciar las necesidades básicas, pero también para tener los momentos indispensables que conforman la identidad y totalidad de uno. Este tema lo discute con mayor extensión Gastón Bachelard en su obra, La poética del espacio. Explica Bachelard cómo el sujeto puede regresar a su persona original al interior de su casa, cómo la casa misma imprime en el individuo las funciones del habitar, y cómo esta estructura permite la entrada del sujeto al mundo. Todos estos procesos se dan para poder tener un ser integrado y facultan, en tiempos de pandemia, una embriaguez de la identidad, pues se ha visto el mundo forzado a recordarse en demasía para sobrellevar una crisis ineludible.
El sujeto, con cada experiencia que adquiere, arraiga esa parte de su persona en su rincón del mundo que es la casa primera que habitó, y accede a ella mediante el ensueño. Esto se debe a que la casa es el primer universo para cualquiera y, por tanto, las primeras vivencias que se tienen y marcan al individuo se alojan ahí antes de encontrar variaciones en el mundo exterior. Para Bachelard, dichas vivencias en cada sujeto son también pensamientos y sueños, no solamente recuerdos suyos.
Ya que el sujeto tiene un lugar en el cual depositar su ser, o bien, los varios aspectos que conforman a su ser, vuelve a encontrarse a sí mismo cada vez que regresa. Con esto, reconfirma a su persona porque los humanos “nos reconfortamos reviviendo recuerdos de protección” (Bachelard, Gastón, La poética del espacio, p.36). Es indispensable, para más de una persona, refugiarse en sus recuerdos creados por fuera de su casa actual, y experimentar del mundo exterior algo que detone a su persona para después depositarlo en la casa, ya sea como pensamiento, recuerdo, o sueño. Por ello, el sujeto sabe a qué área doméstica recurrir cuando busca recuperar una parte determinada de sí. Esto aplica aún si el área en cuestión no es un cuarto definido ni si incluye la presencia de un mueble en particular.
A la par de ser un proceso natural, esto es una muestra de cómo el individuo se apropia del espacio antes de habitar en él; tiene que definirlo bajo sus propias condiciones, y después acercársele. En un espacio determinado, comienza el ensueño—una mezcla proporcional entre imaginación y memoria—para rescatar un acontecimiento previo y traerlo al presente. Todo esto suena familiar ya que más de una persona ha pensado en el primer garaje que le permite recordar su momento de mayor aburrimiento, o bien, la recámara primera que le faculta recuerdos de felicidad. Estos lugares solían ser entornos más placenteros porque se sabía que no eran una cárcel forzosa y de creada improviso, como lo son ahora.
Bachelard nota que “la casa es uno de los mayores poderes de integración para los pensamientos, los recuerdos y los sueños del hombre.”(Bachelard, Gastón, La poética del espacio, p.36). El problema que presenta este hecho hoy en día, es que la persona promedio ya no puede distanciarse de sí (por lo menos no por mucho tiempo) ya que se encuentra en casa constantemente. Por mucho que sea necesario volver al origen que tiene cada quién, esto se ha convertido en una intoxicación de identidad porque el sujeto típico no ha padecido algo nuevo que refresque a su ser y tampoco ha podido integrarse más de lo que estaba antes de la pandemia. Se creía que el tiempo era lo único necesario para evadir semejante problema, pero en realidad “sólo se conocen una serie de fijaciones en espacios de la estabilidad del ser, de un ser que no quiere transcurrir.” (Bachelard, Gastón, La poética del espacio, p.38). Por lo tanto, es imposible dejar de embriagarse de sí ya que el espacio en el cual se ha recluido todo mundo encapsula al ser del presente por asuntos de salud, y al del pasado por cuestiones de memoria.
Por otro lado, la casa inculca en el sujeto las funciones del habitar y ahora también las dicta porque el ser está encarcelado en ella. La casa recordada, o sea, la primera casa que habitó el sujeto, se imprime de tal manera en él que aún después de abandonarla, recuerda exactamente a qué altura están sus peldaños, y qué puerta requiere más fuerza para ser abierta. No es necesario describir este tipo de moradas con precisión milimétrica ni con un exceso de detalles visuales, puesto que se busca el sentimiento y la intimidad vivida en ellas. Cada sección de la casa proporciona un marco específico para la ensoñación, y a través de ella se remonta a la infancia; etapa en la cual se forjan las vivencias primigenias. Todo aquel que recuerda su casa natal sabrá que no se puede ensoñar sobre el mismo tipo de sucesos en la recámara como en el ático. Es precisamente este orden el que permanece con el individuo a lo largo de su vida para la ensoñación, pues “la casa natal ha inscrito en nosotros la jerarquía de las diversas funciones de habitar. Somos el diagrama de las funciones de habitar esa casa y todas las demás casas no son más que variaciones de un tema fundamental.” (Bachelard, Gastón, La poética del espacio, p.45). La mayoría de las personas ya no viven en su hogar natal, empero, el esquema de esa casa les conduce a buscar sitios en la nueva casa que evoquen las mismas sensaciones para acceder al mismo tipo de recuerdos. Más específicamente, como la casa natal es íntima y el primer albergue de las primeras vivencias, tan sólo el marco de ensueño que proporciona necesita ser evocado para remontar a cualquiera a sus estadios personales previos.
Bachelard sugiere el estudio del topoanálisis –para Bachelard, éste es el “estudio psicológico sistemático de los parajes de nuestra vida íntima”, lo cual ofrece un carácter más científico al asunto de la identidad, pero, no resolvería las inquietudes filosóficas que surgen con la selección y armonización del individuo para sí y su casa– para conocer más exactamente los refugios tan característicos que cada persona adquiere como albergue de sus recuerdos. Por ello, toda casa nueva es simplemente una extensión de la casa natal y el sujeto busca en ella el mismo tipo de lugares y rincones que entablen su ensoñación hacia el pasado. Antes del encierro prolongado llamado “la cuarentena de un año”, la organización de ensoñación implícita en la casa natal era un camino para hacer de la identidad algo coherente y cohesivo. Ahora, se ha convertido en una imposición doméstica puesto que el sujeto no ha podido diversificar su gama de experiencias (que se convierten en recuerdos), y, por ende, se enajena del ser que ha sido por el último año. Se ha conservado el ser en un charco estancado: su casa actual con su persona actual.
Junto con el esquema que la casa primigenia, imprime en el sujeto, ésta le da un punto de partida hacia el mundo exterior. De esta manera, él encuentra cabida en el mundo y desarrolla los demás recuerdos con los cuales cohabitará independientemente de sus alojamientos posteriores. Como se mencionó anteriormente, el hogar primero funge como un microcosmos para el sujeto porque ahí habita primero, y ancla sus vivencias. Menciona Bachelard que “cubrimos así el universo con nuestros diseños vividos”, pues basta con que estén “tonalizados sobre el modo de nuestro espacio interior” (Bachelard, Gastón, La poética del espacio, p.42) y, así, comprende el mundo desde su posicionamiento específico. Esto tiene sentido dado que el “espacio llama a la acción, y antes de la acción, la imaginación trabaja.” (Bachelard, Gastón, La poética del espacio, p.42). Las acciones que realizará en el mundo exterior dependen del tipo de ensueños que haya experimentado el sujeto y del espacio en el cual se dieron. Es decir, el individuo parte del mundo interior de su casa (que es el ámbito de acumulación de sus vivencias como persona) con una acción a realizar en el mundo exterior en mente. Más precisamente, es el inconsciente el que vive protegido en la casa. Sin embargo, el ser no puede vivir en reposo absoluto y, por ende, debe salir de su perímetro protector, salir de sí. Al no poder permanecer resguardado de todo “es preciso dar un destino exterior al ser de dentro" (Bachelard, Gastón, La poética del espacio, p.41).
De la única forma en la cual el ser puede tener algún punto de llegada en el exterior es si formuló de antemano acciones nacidas de sus ensueños. Lo único que habilita al sujeto para el mundo exterior es el mundo interior en el cual se encuentra y se fija. Sin él, será incapaz de encontrar dirección alguna porque una ausencia de albergue conlleva una ausencia de ser. No sería un ser integrado, ni tendría bases sólidas para generar una identidad ante y entre el mundo. Tomando estos aspectos en cuenta, ¿cómo es posible que el sujeto encuentre algún tipo de cabida y destino en el mundo si no puede siquiera interactuar con él, sea física o socialmente? En lo tocante al presente, no puede imaginar el sujeto un lugar por fuera de su casa ya que no tiene permiso de ingresar al mundo exterior, aún antes de actuar por mano propia y con el ensueño que le faculta.
En esencia, La poética del espacio de Gastón Bachelard da a entender cómo el sujeto vuelve a su persona original y la reconfigura adentro de la casa, cómo esa misma estructura le imprime las funciones de habitar y la necesidad de una casa para tener cabida en el mundo exterior. Con ello, se nota la embriaguez de la identidad que surge en cada persona puesto que solamente recuerda quién es desde la pandemia; no ha podido cambiar desde aquel momento.
Bibliografía:
Bachelard, Gastón, La poética del espacio, Fondo de Cultura Económica, Ciudad de México, México, 1975, 2da edición en español.