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Bajo la Pluma: Elfriede Jelinek

por Paula Ortiz Ayala

miércoles, 2 de diciembre de 2020

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En mi experiencia como lectora, y la de muchxs de mis conocidxs, Elfriede Jelinek fue un descubrimiento universitario por el que estaremos siempre agradecidxs. Leer a Jelinek no es una tarea sencilla, cada texto es digno de advertencia. El primer acercamiento a esta autora es tan caótico como abrumador: su prosa se clava bajo las uñas, revuelve el estómago, excita, pero sobretodo, golpea con la inmersión a una cotidianidad cuyas verdades incisivas supuran a flor de piel. Leer a Jelinek es un viaje sin retorno.

 

Elfriede Jelinek nació el 20 de octubre de 1946 en la provincia de Steiermark, en Austria. Su infancia y juventud transcurrieron en contacto con los que se convertirían en los grandes ejes de su trayectoria: la literatura y la música. Asistió al Conservatorio de Viena, donde se licenció en Música y Composición: su debut en la literatura fue mediante la poesía. En su juventud destacó también por su ferviente activismo político y la afiliación al Partido Comunista Austriaco, al que renunció en 1991. Jelinek formó parte de una generación de jóvenes activistas inmersos dentro de la profunda conmoción histórica de los años posteriores a la segunda guerra mundial, hecho que marcaría parte de la crítica social que hace mediante su literatura. La autora también es reconocida dentro del activismo por su dedicación a la lucha por los derechos de las mujeres y la denuncia constante de las estructuras de poder y dinámicas opresivas que someten a la población femenina en occidente.

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La introducción de Jelinek al ámbito literario comenzó en los años 60 con la publicación de sus primeros poemas en una recopilación titulada Lisas Schatten. Adquiere fama y empieza a llamar la atención de la crítica a partir de 1975, con la publicación de Las amantes, y en 1980 comienza a fundamentar las bases de su prolífica producción con la publicación de Los excluidos. La aparición de La pianista, en 1983, adaptada cinematográficamente por Michael Haneke en 2001, fue lo que terminó por perfilar a la autora como una de las más importantes en lengua alemana, título que conserva hoy en día.

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Jelinek fue la décima mujer de la historia en ser galardonada con el Premio Nobel de Literatura, en el año 2004. La polémica decisión terminó por catapultar hacia la fama a la autora, cuya escritura era entonces poco conocida fuera del centro de Europa e incluso censurada en su natal Austria. El dictamen causó bastante controversia, y una gran parte de la crítica consideró la decisión un desafortunado error cometido por la academia; sin embargo, el reconocimiento al compromiso social y amplia trayectoria literaria de la autora fue celebrado por el público que apreciaba no sólo la mordaz melodía en su prosa, sino también su posicionamiento frente a la hipocresía pequeñoburguesa y las caras más despreciables de la sociedad europea.

 

La obra de Jelinek está cargada de críticas al status quo y reflexión en torno a la existencia de la mujer en un mundo violento, patriarcal, dominado por el sexo y el consumo, donde el cuerpo es objeto de intercambio y represión.

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El tratamiento cínico de temas como el amor, el matrimonio y las estructuras familiares enfermizas se funde en la creación de crudos personajes femeninos, hilvanados con metáforas sobre la explotación sexual, y el abuso desmedido ejercido hacia la carne, la naturaleza y el lenguaje.

 

Elfriede Jelinek experimenta con una lengua que le acuna tanto como le hiere con el violento filo de la vacuidad; y estas heridas no pierden crudeza en la traducción al español de su obra. Su discurso traza dioramas complejos del ser humano en el esplendor de su podredumbre: seres envueltos en un aura poética, pero indudablemente despiadada.

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