Es fácil ignorar la condición fatídica del ser humano; colar el dolor y la angustia en los rincones oscuros de la cotidianidad y esconder su rostro. Pero es en la tranquilidad que esto nos brinda que se introduce lo insólito, haciéndonos reconocernos y sentir todo aquello que habíamos ocultado. Lo insólito nos brinda el pretexto perfecto para admirarnos en un espejo roto y decidir que el reflejo también es parte de nosotros.

 

La obra de Itzel Beltrán Orozco es mirar a lo insólito directamente a los ojos. Es la desoladora presencia del silencio la que habita cada trazo de las piezas que conforman La piel como rastro de la carnalidad. Son cuerpos que se deforman, mostrando el arrepentimiento, la soledad y la culpa en su máxima expresión. Es la carne derritiéndose en manos del tiempo, presa de todos los sentimientos que la abordan. Los cuerpos que están representados en sus obras transgreden lo usual, haciendo evidente la unión del arte con lo insólito.

 

Por medio del dibujo y la pintura, la artista nos introduce en la intimidad de estos cuerpos. Su insólito arte nos muestra la perfección en la imperfección de la carne donde se vive el dolor, mostrándonos como, en sus palabras, la piel es un “lienzo, manto y membrana límite de nuestro cuerpo”. Su obra exuda, por medio de los colores que utiliza, ese aire de extrañamiento, del “otro” que por fin es reconocido y plasmado, cuando suele ser rechazado del canon artístico.

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