Eternidades Compartidas
martes, 27 de octubre de 2020
por Anahí GZ
Este texto narra la amistad que se desarrolla entre dos mujeres, ambas compañeras de habitación en un hospital psiquiátrico.
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ESCENA 1
Alicia: (sentada en su cama) ¿Estás enterada de que aquí viniste para morirte?
Frida: (saca sus ropas de una pequeña maleta) No, aquí vine porque afuera me morí.
Alicia: Pues bienvenida a nuestro castillo de celofán. A mí también me cargó la chingada allá afuera. Yo ahorita te hablo, parece que estoy viva, parece que me salen palabras a chorros, pero es pura cal.
Frida: Yo casi nunca tengo ganas de hablar, pero sí de vomitar.
Alicia: Será lo que traes atorado.
Frida: No, todo lo saco: cosa que entra, cosa que se va.
Alicia: Por eso estás tan flaca. Fíjate que soy lo contrario a ti, hasta los doctores dicen que mi problema es la tragadera. Qué cabrones tan necios. Ellos no saben lo que nosotras; si los pinches atracones son el efecto secundario. Cuando se me ocurre ponerme a recordar, mejor me compro un pastel. Decía mi abuela que a los fantasmas se les espanta mentándoles la madre, yo aprendí que no; con comida se van más rápido, se callan y la dejan a una tranquiliiita, sin pasado, sin voz, sin nada.
Frida: Me pasa igual.
Fotografía de Jose Herrera
Alicia: ¿Lo de los fantasmas?
Frida: Sí, también los oigo; me dicen cosas feas, me susurran con sus voces de perros.
Alicia: ¿Cómo es la voz de un perro?
Frida: Como abrazar un muerto. Te hablan desde el infierno.
Alicia: Yaaaa, ya caigo. En mi barrio los perros siempre se ponían a ladrar en la madrugada; sentía que la piel se me helaba nomás de escucharlos. Un día me subí a la azotea para oírlos mejor; pensé que se contaban chismes, pero les puse mucha atención y me di cuenta que eran lamentos, de esos que echan las madres cuando les matan un hijo.
Frida: ¿Por qué se lamentan?
Alicia: Porque la gente se muere. Cada chillido es el anuncio de un muerto nuevo; que si a Fulanito le volaron la cabeza, que si a Sultanita la encontraron en el bordo… (Pausa) Quién sabe, pero dicen que a los perros les pesan harto esas cosas.
Frida: Con razón cuando Marissa desapareció mi perra Dorotea no dejó de aullar. Mi mamá se fue a desayunar con sus amigas, mi papá con su amante. Yo me quedé calmando a Dorotea y mi nana tranquilizándome a mí.
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Alicia: ¿Y a la nana quién la calmó?
Frida: No me acuerdo.
Alicia: No te acuerdas porque segurito nadie le dio ni un bolillo. Los pobres estamos pa´ sostener a los ricos. ¿A nosotros quién nos acompaña en los dolores? Será la chingada… Ustedes, los de las caras lavadas, son duelo nacional, nosotros daños colaterales.
Frida: Dices las mismas cosas que Marissa, por eso la corrían de las escuelas. Le pedían silencio y ella gritaba más. Yo siempre he sido calladita, por eso en la uni nadie me hablaba.
Alicia: ¿Marissa? ¿Quién es esa? Una de mis vecinas es su tocaya.
Frida: Era mi hermana. La mató su novio; le dejó el cuerpo lleno de ramas y el vientre abierto para recibir a las flores, a los colibrís. A ella le gustaba mucho la naturaleza, por eso al final las hierbas la aceptaron en su cueva. Estas cosas te las digo porque Marissa era bien cursi, ella me las enseñó, decía que la Madre Tierra te recibe al final de tus días en su útero, que de los cadáveres nacen los geranios. Nunca le creí, pero cuando la asesinaron, pensar en sus historias me alivió un poquito, era como si ella me las volviera a contar.
Alicia: A mí también me mató un hombre. Trabajaba para él lavándole los calzones, pero un día me acorraló, me hizo un chamaco y luego, cuando me vi al espejo, me di cuenta que estaba muerta.
Frida: Los espejos son instrumentos del alma. Cuando te miras en ellos, si te concentras, puedes ver a través de un portal que te lleva a lo profundo de ti misma.
Alicia: Por eso me dan miedo.
Frida: A mí todo me da miedo.
Alicia: Y a todo esto… ¿Quién te aviso que estabas muerta?
Frida: Nadie, yo sola me di cuenta. Me pasó como a ti, digo, por lo del reflejo. Después de enterrar a Marissa me encerré en el baño con Dorotea, la pobrecita no dejaba de chillar… ¿O era yo la que no dejaba de llorar? Tampoco me acuerdo de eso. Me levanté para limpiarme la cara y cuando me fijé en el espejo vi a mi hermana. No te miento: era ella en mí, o yo en ella, todavía no estoy segura. Me desnudé para ver si en todo el cuerpo me pasaba igual: me quité la blusa y no me lo vas a creer, pero me di cuenta que un montón de flores se me salían de la panza. Además, aquí, justo en esta parte de la garganta, traía un collar rojo y brillante del que me escurría un líquido grumoso, como el de los jitomates cuando los cortas en rodajas. Ya sé que no me crees, pero te juro que sí.
Fotografía de Jose Herrera
Alicia: Tranquilita, niña, si no estás afuera, aquí adentro todas le creemos a todas. Bien sabemos lo que se siente que nadie te oiga, aunque les grites rete fuerte, no hacen caso. “¡Me violó, ese cabrón me violó!”, les dices, y ellos ponen cara de no entender, como si hablaran chino los muy hijos de la chingada. No ven nada y dicen que la loca es una. Te entiendo bien porque un día me vi en un charco y, por esta, pero por esta, que era la Virgen María. Puta pero guadalupana, aunque le pese a la que me enseñó el catecismo. Se me hace que me he de llamar Lupita.
Frida: Así se llamaba la señora que nos lavaba la ropa, ¿no eras tú?
Alicia: Mmmmm, igual y sí, ve tú a saber. De lo que sí me acabo de acordar es que mi mamá me puso Alicia. ¿Tú eres Marissa?
Frida: No, creo que Frida.
Alicia: Pensé que te llamabas Marissa.
Frida: Yo también.