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El faltante

por Ofelia Latro

martes 13 de abril

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Hace dos días que la caja con libros, que me enviaron mis padres por correo postal, debería de haber llegado. He estado alerta: paso la mayoría del tiempo en el balcón que da al jardín. Desde ahí, se escucha la campana y se ve, por debajo del portón, si hay pies. Un día la campana sonó. Bajé corriendo y al abrir, mi velocidad hizo reír al vendedor ambulante que descansó, en mi movimiento, de la monotonía de tocar puerta por puerta. Ya no recuerdo que me dijo, sólo que me dio un panfleto y se marchó. De ahí: nada. Nadie ha vuelto a tocar. ¿Y el correo? ¿Habrá tocado a pesar de yo estar alerta? Porque, ¿qué es el sonido de la campana? ¿Cómo saber que en este momento nadie toca? Escucho: 

 

El ladrido de los perros. El canto de unos pájaros. 

El viento que pega sobre las ramas del sauce.

 

Si puedo escuchar esto, ¿significa que también podría oír la campana? Quizá el cartero vino y no escuché. Está la posibilidad de que en el momento justo en el que tocó la campana: yo inventara un silencio. Sí. Sí. Justo en ese instante. Es tan aterrador darse cuenta de que es tan fácil imaginar sobre el mundo. El mundo ahí: el cartero toca la campana. Yo: imagino sobre él, un silencio. ¡Tan fácil y aterrador!

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Alguna vez me contaron sobre un hombre cuya misión era escribir (imaginar) el mundo. Se empeñó en su tarea hasta que un día, de repente, el manuscrito se le pierde. Tiene que empezar de nuevo y entregado a su misión, vuelve a escribir. No siente angustia o desesperación. Ni siquiera tiene tiempo para ello: de él, de sus palabras, depende el mundo. Si no escribe: se esfuma. Para ese hombre debe ser tan fácil saber cuando el cartero va a llegar, incluso, antes de que toque la campana. ¡Qué simplicidad! Lo que imagina (escribe) es el mundo. Nunca se equivoca. Y yo aquí, concentrándome para que mi imaginación no me engañe con que la campana no suena cuando en realidad suena.
 

El ladrido de los perros. El canto de unos pájaros. 

El viento que pega sobre las ramas del sauce.

 

Me asomo por el balcón. Debajo del portón: ningún par de pies. Ningún rastro de cartero, ni por allí, ni por allá. Espero no estar imaginando su ausencia. 

 

No resistí más: llamé al correo. Me dijeron que la entrega se realizará mañana, fecha en la que se termina la compostura de la calle principal y que, hasta ahora, no ha permitido el paso. ¡Qué vasto el mundo y sus posibilidades! Ahora sé que no he imaginado silencio sobre el sonido de la campana. ¡Tan lejos estoy de ese hombre que, al escribir, crea el mundo!

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