Apariciones (2013)
por Regina Checa
jueves, 6 de enero de 2021
«T«La voz te perfora, es el grito ahogado de una soprano, se lamenta, repite dentro de ti la misma queja. Es una lanza blanca.»
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Desentona para después perforarte.
-Apariciones, Margo Glantz
No es inusual contraponer una experiencia religiosa a una experiencia sexual. Los raptos e iluminaciones de los santos suelen ser representados como momentos de clímax intensos, estados en los que la aparición de Dios o de alguno de sus mensajeros angélicos es tan abrumadora que lleva a que, momentáneamente, los religiosos abandonen su cuerpo y queden solo en “estado” alma. Al dejar el cuerpo atrás, la mente se llena de revelaciones. Se podría, tal vez, iniciar una amena plática con algún otro que, fortuitamente, se encuentre en ese preciso instante viviendo una experiencia extracorporal del mismo tipo.
Apariciones es una conversación que toma lugar entre tres mujeres en distintas épocas. Una es una monja viviendo enclaustrada; la segunda es una madre que vive con su amante y su hija; la tercera es la mujer que escribe y entrelaza estas dos historias, pero las vive como si le estuvieran sucediendo a ella y no solamente pasaran en el papel. Las tres mujeres se encuentran capturadas por una fuerza mayor: un hombre, Dios, la escritura. Estos tres sustantivos que rigen cómo viven y cómo exploran su sexualidad, pues ellas la viven a través de la necesidad de complacerlos. Se ofrecen sin compromisos, como sumergiéndose en una fantasía, convencidas de que el amor que sienten por ellos es, aparentemente, lo único que necesitan para estar complacidas ellas mismas. Muchos de los santos han sido también escritores. Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz son los dos ejemplos más nombrados en la literatura hispana; ambos vivieron un rapto espiritual e intentaron describirlo por medio de nuestra falible lengua. Lo curioso es cómo lo abordan desde distintas perspectivas. San Juan de la Cruz habla de Dios como si fuera su amante, posicionando su voz narrativa en la voz de una mujer que está buscando al hombre que ha decidido amar; por otro lado, Santa Teresa narra su paso por las siete moradas de Dios, ofreciéndole al lector una guía espiritual para poder alcanzar la iluminación.
Margo Glantz en Apariciones nos guía en un recorrido similar al de Santa Teresa. Precisamente con las conversaciones veladas entre sus tres personajes es que nos lleva a explorar las motivaciones detrás de los actos sexuales que realizan, o detrás de los agravios que permiten que se les infrinjan a ellas mismas o a sus seres más cercanos. Sus mujeres son personajes sin nombre (excepto, tal vez, sor Lugarda, pero cambia su nombre constantemente a sor Teresa Juana o sor Juana Teresa y en realidad el lector no puede saber si son una y la misma o si son tres que se difuminan dentro de la mente de la escritora con la que abiertamente comparten ciertos fragmentos).
Podemos diferenciar a sus personajes primero por el uso de cursivas en unos pasajes, los de la escritora, y en otros no, los de la madre; además está el cambio de la voz narrativa, de primera a segunda persona siguiendo la misma pauta que la marca anterior, cambiando, ligeramente a la tercera persona cuando la escritora se sienta a narrar la historia de las monjas. Son tres mujeres con aspiraciones distintas y con un registro de lenguaje que hace fácil seguir la pista de quién estamos leyendo, aún sin las indicaciones visuales. En común no tienen, aparentemente, nada más que el género y la necesidad sexual que comparten.
A pesar de sus diferencias tan marcadas, los referentes culturales de Margo Glantz se esparcen entre las tres, enseñándonos veladamente sus intereses sorjuanistas, sus influencias filosóficas e, incluso, unas disertaciones religiosas que podríamos entender en la boca de un personaje específico pero que a veces se escurre entre las tres, generando un efecto como el de un caleidoscopio: sabemos que estamos leyendo a un personaje y a tres al mismo tiempo. Se desdibujan las unas en las otras como el nombre de sor Lugarda tiende a cambiar y a metamorfosearse, haciéndonos dudar en realidad a cuántas y cuáles monjas estamos presenciando.
Apariciones está narrado en viñetas, dándole al lector apenas pequeños vistazos de las escenas antes de cambiar a la siguiente. Es una mezcla entre los misterios de las iglesias, que en una imagen nos cuentan un momento de la vida de Cristo, y el zapping televisivo que, mientras cambias velozmente de canal en canal, solo puedes enterarte de fragmentos de conversaciones antes de seguir adelante. Con esta narración fragmentaria nos da la sensación de ser voyeurs de las vidas de las tres personajes, siendo invitados por el simple hecho de tener un libro en nuestras manos, pero aun así entrando sin permiso a espacios privados.
La única que parece tener una mayor semblanza de privacidad es la escritora, aunque nosotros vemos lo que escribe, lo estamos leyendo al mismo tiempo que lo imagina y, con ello, infringimos la secrecía con la que esos textos han sido escritos. En realidad, las conversaciones de las tres se nos exponen tan claramente como si fuéramos partícipes de ellas. La segunda persona ayuda, por supuesto, a esta clara transgresión de los límites entre el texto y el lector, dejándole a uno incómodo por los momentos de intimidad que tan innegablemente está presenciando e invadiendo.
Las tres personajes están expuestas a nosotros, enseñándonos su cuerpo, sus sentimientos, sus más grandes deseos, pero también sus hastíos, sus celos, los deseos que están prohibidos. Se desnudan en todos los sentidos de la palabra; desnudan al lector con muchas de sus actitudes, sus pensamientos, sus reflexiones teológicas. La ropa que usan no es más que un engaño colorido que, en cierta forma, demuestra aquello que le muestran al mundo mientras no están en la intimidad, pero que aquellos que las leemos sabemos que es más una farsa que lo que realmente sientan. La ropa seria de la escritora, los encajes de la madre, el hábito de la monja… Estos son todos disfraces de quienes se suponen que son. Incluso la madre en su constante desnudez está representando el papel de la amante siempre dispuesta que necesita el hombre con el que vive.
En la entrega al Otro es que se disipan las personajes. Habíamos ya hablado de cómo le pertenecen a la escritura, al hombre y a Dios. Le pertenecen también a los lectores, que pueden juzgarlas libremente, sentirse asqueados por ellas, sentir que son tontas por no buscar su libertad de aquello que tan claramente las hace infelices. Ellas no son más que instrumentos de la narración, instrumentos de sus propias vidas y, cristalizadas en distintos espacios y momentos, se encuentran inmutables en sus deseos y en sus personificaciones.
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La elección de Glantz por el título Apariciones se vuelve evidente con esto último. Las tres personajes no son más que fantasmas de sí mismas. No encuentran la paz; el deseo y el sufrimiento las une y las refleja las unas en las otras. Es la sangre (de Cristo, propia, de animales, incluso) la que las une al ser derramada. Es este y otros fluidos, que no les espantan, pero las vuelve ferales, las lleva a un devenir animal lo que desemboca en la verdadera comunión y el verdadero goce que se han estado negando por complacer a sus celosos amantes. El negarse a sí mismas es lo que las difumina de existir verdaderamente, entregarse al éxtasis las condena inevitablemente al pecado. Su sufrimiento es, por donde se vea, inevitable, pues cuando no condenan su cuerpo, condenan su alma.
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